
“Es tradición, toda la vida hemos comprado aquí, desde que vivían los papás de ellos”, comenta Roberto Pulecio, uno de los clientes que lleva más de tres décadas consumiendo el pan del local.
El homenaje más sentido vino de los propios clientes. “Es el mejor pan de Quevedo”, dijo Roberto Pulecio, quien asegura consumirlo desde hace 38 años. Otros recordaron sus épocas de estudiantes, cuando buscaban las empanadas que en 2010 costaban apenas 15 centavos. “A las cosas buenas uno siempre vuelve”, comentó Ángel Intriago, mientras compraba su pan para la jornada.
Marcelo Moposita, hijo del fundador y quien continúa al frente del negocio junto a su hermana, confiesa que celebrar 50 años despierta nostalgia y orgullo. “Mi padre soñó con traer un pedacito de Ambato a Quevedo, y lo logró. Hoy seguimos trabajando para mantener esa esencia”, afirma mientras recuerda los inicios con horno de leña y el paso hacia la tecnificación, que convirtió a la panadería en pionera en el uso de máquinas e infraestructura moderna.

A pesar de los desafíos —crisis económicas, incremento en costos de insumos, pandemia e inseguridad—, la panificadora ha mantenido precios accesibles y su calidad intacta. “Subió apenas diez centavos en trece años. La gente está golpeada, pero seguimos luchando”, señala Marcelo.
La panadería no solo es negocio; es punto de encuentro. Allí se cruzan agricultores, estudiantes, trabajadores, familias y vecinos que comparten desayunos, tardes de pan con cola y charlas que se vuelven parte de la memoria colectiva.
Hoy, la panificadora honra su historia llevando el nombre de su fundador, Julio Moposita, como tributo a su visión y esfuerzo. No habrá grandes ceremonias: la celebración será en lo que mejor saben hacer—trabajando, horneando el pan que por 50 años ha acompañado a los quevedeños en su mesa.
“Mi padre estaría orgulloso de ver que su legado sigue vivo”, concluye Marcelo mientras observa el horno donde, una vez más, empieza a dorarse una nueva tanda de trenzas.
Una tradición que no envejece, un aroma que une generaciones y un sabor que ya es parte de la identidad de Quevedo.